sábado, 5 de mayo de 2007

QUIISIERA

Yo quisiera tenerte y abrazarte
apasionadamente cada día;
y entregarte mi alma y de besarte
para hacer realidad mi fantasía.

Y de ese modo culminar mis sueños
en un éxtasis pleno y delirante.
No he de cejar, mi bien, en mis empeños,
aunque agote mi vida a cada instante.

Sólo entonces podré morir en calma,
llevándome el aroma de tu esencia.
Y en ese mundo ignoto podrá mi alma
aspirar tu fragancia y tu presencia.

Y aún allá con ánimo profundo,
eternamente seguiré soñando,
elevando al Creador mis dulces rezos
para que tú también en este mundo,
--entre tus alegrías y embelesos--
sueñes, sin miedo, que te estoy amando,
volcando mi pasión en mil excesos.
Y sientas este amor que aquí difundo
y mi boca en tu piel cada segundo
para arrullarte y devorarte a besos.

miércoles, 18 de abril de 2007

EL ÁRBOL DE LA VIDA

Me dio mi padre con la fe encendida,
un árebol que estimula el sentimiento,
y me exclamó con singular acento:
Tómalo hijo, es el árbol de la vida.

Lo sembré con mi mano enternecida
y en sus cuidados siempre estoy atento,
prodigándole el agua del sustento,
deseando ver su fronda florecida.

Esperanza en retoños virginales
que brotan con la savia bendecida
dispersa entre sus venas vegetales.

Y cuando mi alma está desfallecida,
me transmite consuelos paternales,
porque en ese árbol me entregó la vida.

Zanca.












lunes, 2 de abril de 2007

jueves, 29 de marzo de 2007

A DONDE DEBE DE ESTAR

Dijo un anciano formal
a un médico, sin ambages:
Señor, quiero que me baje
este apetito sexual.

Dijo el doctor al paciente:
A su edad debo aclarar
que eso se encuentra en la mente.

Y el viejo sin protestar,
le reiteró con pesar:
"Por eso precisamente
es que lo quiero bajar".

martes, 20 de marzo de 2007

UN ENTIERRO...¡PERO ENTIERRO!!

( CUENTO)


Como estoy un poco enfermo del corazón no me quisieron dar la noticia de repente, por eso el hombre que sirvió de correo llegó hasta mi choza montañera, se bajó lentamente del burro que montaba y alargando la mano me entregó un pedazo de papel diciendo solamente: Aquí te mandan y ay nos vemos.

Deletreando dificultosamente pronuncié en voz alta lo que decía aquel arrugado papel: “Tu primo gravemente enfermo, vente luego que mañana es el entierro…” Lencho.

Mi ignorancia no me dejó meditar en el contenido del mensaje y de carrera me alisté para emprender la marcha.

Hube que caminar toda la noche con la canción del grillo y bajo una luna pálida que apenas colgaba de una débil nubecilla. Sarape al hombro, una botella de mezcal y un rollo de tabaco bien envuelto en papel celofán para que conservara el olor.

Entre trago y trago de mezcal que el bandido tendero revolvía con alumbre y que por ello mataba a pausas a los cristianos, mascadas de tabaco que me hacían lanzar escupitajos a cada rato, con la ropa sucia y maloliente, arrastrando los pies por el cansancio y porque se habían reventado las correas de mis huaraches, llegué a la casa de Lencho, cuando los gallos anunciaban el nuevo día.

¡Al fin llegué!

Luego me recibieron con la funesta noticia:

--Tu primo Pomposo, cayó como pollo, ni tiempo tuvo de decir pío…! Pero ya estaba muerto y había que perdonarlo.

--¡Que Dios lo reciba en su santa gloria…! Hablé fuerte para impresionar a los presentes.

Pero me extrañó que nadie lloraba, Aquel velorio estaba triste. Nadie lloraba.

Son alegres los velorios donde los familiares lloran desesperadamente y en el llanto recuerdan todo lo que el difunto hacía en vida.

Por ejemplo cuando la esposa inconsolable entre sollozos y quejas de amargura llora gritando:

--¡Ay lindo, como me dio coraje aquella vez cuando te encontré besándote con Carmela y luego que te reclame me empujaste tan fuerte que al caer sobre un cajón, me torcí el brazo…! Pero ya te fuiste y me quedo muy sola, inconsolable y desamparada, sí muy sola.

Y lanzando al alrededor una mirada inquisidora, cae desmayada en los brazos de su próximo amante.

En otros casos de velorios alegres, llora afligida la madre campirana ante el cadáver de su hijo muerto a machetazos:

--¡Por Dios hijo te fuiste…! ¡Cuántos recuerdos quedan…!
¡Cómo eras alegre y enamorado…! ¡Tanto que te gustaba aquella canción que dice: “Me viene guaangooo el pantalón…!” Pero ya te fuiste y que Dios te bendiga.

Pero en este velorio no había nada de eso, porque los únicos dolientes más cercanos éramos Lencho y yo; pero Lencho era una especie de animal raro que ni siquiera sabía llorar ; y yo…solamente sufrir.

---¿Y para qué llorar…? Si dice el dicho: “Si tu mal tiene remedio, ¿para qué te apuras? Y si no tiene, ¿para qué te apuras?

Todo el tiempo hemos sufrido con la esperanza de que llegue la hora de nuestra liberación, siento que ya está cercana.

Pomposo estaba metido boca arriba en el ataúd de madera de pino sin barnizar, solamente la cara descubierta para que lo vieran sus amigos y le dieran el último adiós, como lo hacían los que iban llegando.

Unos al verlo se quitaban el sombrero inclinándose reverentes y con gesto doliente. Al menos eso aparentaban.

Otros llegaban profanos y en voz baja musitaban:

¡Se fueron mis veinte pesos…! ¡Ya era tiempo! ¡Mándanos la lluvia…! ¡No te dejará entrar San Pedro…!

Y así iban desfilando los acompañantes ante el cadáver.

Frente a la casa de palapa, en trozos de madera o sobre las piedras, en grupo de cuatro en cuatro los borrachines jugaban brisca y a cada rato se escuchaba este grito:

¡Ya te agarré el tres por pendejo…!

Cantaban los corridos más famosos en la región y una que otra guitarra plañidera acompañaban las canciones llenas de aguardiente,

Al fin se oyó la voz de Lencho que decía: ¡Vénganse a comer, porque luego nos llevaremos al muerto al camposanto!

Cesó el escándalo.

Después de atornillada la caja, cuatro hombres en parejas iguales se la echaron sobre los hombros, se escucharon algunas letanías y voces desentonadas cantando el Santo Dios.

El camposanto crecía como a cuatro kilómetros del pueblo y Lencho, precavido, se llevó en sus hombros un morral lleno de botellas de mezcal para ir conservando la borrachera de los aficionados. El sabía que sólo en esa forma no se enfadarían nunca de ir cargando el ataúd, así tuvieran que caminar durante todo el día.

Despidieron al muerto de la casa inclinando la caja tres veces al tiempo que se arrodillaban los de adelante y después tomaron el rumbo del panteón municipal.

Pusss…Cómo apesta el muerto…!

---¿Cómo va apestar si apenas hace cuatro horas que murió?

--¿Entonces que es lo que hiede…?

---Algún animal muerto por aquí cerca.

--¡Cállate!

--¿Y por qué he de callarme…?

--Por el muerto.

--¡Hummmm…! Pero el muerto no era una blanca paloma, sino lépero y maldito.

--¿Y eso quien no lo sabe…?

--¿Te acuerdas que él fue quien prostituyó a Buenaventura?

--¡Vaya, sí me acuerdo!

--Desde cuando era jovencita se la llevó, la tuvo un tiempo y después la tiró a la calle como un trasto viejo que cualquiera recogía.

--¡Siquiera le hubiera hecho un hijo…!

--Porque Lencho no sabe quien fue su padre.

--Buenaventura después que esta maldito difunto la abandonó se pasó la vida desabrochando pantalones para poderse mantener y luego que parió a Lencho, sin saber quién fue su tata…¡Pos se acostaba con tantos…!La pobrecita sufrió la calle de la amargura.

--A la muerte de Buenaventura , siempre le dio vergüenza a este bandido difunto, porque ya no se aguantaba las habladurías de la gente y recogió a Lencho, llevándolo a vivir a su casa.

--Pero que bueno que se lo cargó patas de catre, ahora Lencho se quedará con la casa y la carreta, ya que no tenía herederos.

--Ora releve a esa pareja porque se le está cargando el muerto.

La vereda era angosta y polvorienta interceptada a veces por barrancos del suelo erosionado y por ello, trenzando las piernas, los borrachines cargaban sobre los hombros al difunto.

Las urracas saltando de rama en rama denunciaban el paso del cortejo y entre la polvareda se escuchaban sonoras carcajadas, disparates, chascarrillos y cuentos de todos colores. Nadie acusaba un gesto de pesar ni siquiera se pronunciaban las palabras de condolencia. Aquí se borró la frase de que “Si quieres que se conozcan tus virtudes. Muérete…”

¡Mas qué cortejo fúnebre!, aquello daba la impresión de que se trataba de una gran parranda donde intervenían muchos lugareños .

El sol candente abrazaba a los acompañantes y el sudor brotaba perlando el rostro rudo de la gente. De entre tupidas frondas salía como un rumor de selvas el cucurrucú de las torcacitas que al irse alejando por aquel largo y pesado camino, parecía una queja triste que nadie comprendía.

Un arroyuelo atravesado en la vereda, que acariciaba los pies del parotal, fue como un oasis que detuvo por una horas la marcha del cortejo. Algunos hombres se desnudaban para bañarse en las refrescantes aguas y, mientras, apoyaron el féretro en dos piedras de
similares medidas.

Otros bebían y bebían en las botellas de mezcal que se iban pasando de mano en mano. Le quitaban el tapón con los dientes y se limpiaban la saliva con la manga del cotón. Se escuchaba a distancia el gargareo de aquellas gargantas amaestradas.

Segundo antes de terminado el descanso se escuchó un grito desesperado que apenas fue advertido por algunos.

¡Esta caja rechina…!

Alguien respondió:

--rechinará tu hermana.

--¡No, es el delirium tremens!

--por vida de Dios que rechina

--¡Vete al diablo!

Se echaron sobre los hombros el ataúd y reanudaron la marcha.

--¡Al fin vamos llegando! Dijo uno de los cargadores.

--Si ya se ven la cruces.

Muy cerca ya se leía el pensamiento que el cura del pueblo mandó inscribir en la entrada principal del camposanto:

“TODO LO QUE LA VIDA ENCIERRA, AQUÍ TERMINA Y EN ESTE SILENCIO SURGE HALAGADORA UNA ESPERANZA…”

Ya el sol poniente estaba asomando una pestaña de oro en la cumbre de una montaña agreste y los bocotes otoñales que habían encanecido sus penachos con la florescencia de su tiempo, eran enormes abanicos con el soplo del viento acariciaban a aquellos rostros sudorosos.

De pronto y como un bombazo que paraliza el ánimo, los cuatro cargadores casi al mismo tiempo lanzaron al viento esta expresión desesperada:

--¡El muerto se está quejando y se mueve adentro…!

Estan exclamaciones resonaron en todas las conciencias y se esparcieron entre los acompañantes al sepelio de Pomposo, quienes acudieron apresuradamente. Unos por curiosidad, otros por miedo y algunos para darse cuenta de la veracidad de semejante caso.

Bajaron el féretro a la vera del camino a unos cuantos metros del camposanto.

Antes de que algunos trataran de pegar el oído, el ataúd se movió hacia un lado y se escucharon palabras incoherentes dentro del mismo.

--¡Es cierto, está vivo…!¡Abran la caja! Gritaron con desesperación algunos borrachines.

Con las herramientas que llevaba el albañil para cerrar la sepultura y con la rapidez del caso, despegaron la tapa.

Con los ojos desorbitados por la sorpresa que proporcionaba el insólito caso, vieron el rostro de Pomposo, que denotaba cansancio, palidez, con lento parpadeo y respirar profundo. Movía con pesádez las manos y las piernas y con palabras balbuceantes y frases entrecortadas se dejó escuchar:

¡Quieeroo agua!

Todos enmudecieron y se lanzaron miradas interrogantes, la emoción del momento cortó la borrachera de algunos; pero nadie se atrevía a tocar el cuerpo que dentro del ataúd se movía lentamente.

Pardeaba ya la tarde y empezaba a escucharse el canto de los grillos que imponía un profundo respeto en la augusta soledad de los sepulcros y allá arriba con pinceladas de celajes, se iba perdiendo la claridad del día.

Al fin se oyó una voz autoritaria que salió del grupo que rodeaba la caja:

--¿Qué hacemos Lencho, tú eres el dueño del entierro, tú eres el responsable, tú eres el heredero, tú eres el pariente más cercano, tú eres el que manda…!

--¡Qué hacemos…!

--Lo que tú digas será acatado por nosotros, Con que ¡Vamos, habla…!

Lencho se puso a meditar largo rato con la vista fija en el moribundo, mientras todos esperaban con impaciencia la solución que se daría a aquel caso tan extraño.

Una traición al pensamiento y a las meditaciones se apoderó de la conciencia de Lencho y empezó a hablar con voz alta creyendo que nadie lo escuchaba.

--Ya gasté lo poco que tenía en las curaciones, en el velorio, en este entierro. Sólo me queda la casa y la carreta. Si lo regreso, otras curaciones y de seguro otro velorio y otro entierro dentro de algunos días que en ello se irán sin lugar a dudas la casa y la carreta y yo me quedaré más pobre que un ratón de iglesia…Pos ya que estamos aquí, mejor lo enterramos.

Cuando lencho alzó la cabeza para mirar a su alrededor, varias exclamaciones se escucharon:

¡A volver a cerrar la caja y pronto porque se hace noche…!

Y para cumplir la sentencia macabra con unos cuantos golpes de martillo, llevaron nuevamente la tapa a su sitio y como una pluma alzaron el ataúd en hombros y rápidamente lo metieron al camposanto.

--Allá en aquella esquina, junto al sepulcro de mi mama lo vamos a enterrar, ya está abierta la cripta. Dijo Lencho, señalando con el índice el lugar.

Aquello era un laberinto de cruces, de sepulcros, unos en fila, otros atravesados; elegantes mausoleos que se veían como elefantes blancos en medio de la humildad, arbustos espinosos que interceptaban al paso, zacate y hierba silvestre demostraban la más clara expresión de abandono.

Entre zancadas y brincos y dificultoso paso, llegamos al lugar señalado por Lencho.

Ahí estaba la tumba de su madre con este epitafio que se leía a distancia:

“Hermosa buenaventura,
aquí yaces boca arriba,
porque cuando estabas viva,
te gustaba esta postura”.

Quise reírme pero me dio pena, como pariente cercano de Pomposo tenía la obligación de por lo menos, conducirme con cierta seriedad y para disimular aquella risa que estaba a punto de traicionarme, me aparté al lado opuesto con el pañuelo sobre los ojos para fingir que estaba llorando por el viaje final de mi primo Pomposo.

Buen rato admiré los sepulcros. Siempre la desigualdad social resalta en todo. Vi un elegante mausoleo donde según dicen está sepultado un millonario que tuvo siempre en sus manos y a la fuerza, la voluntad del pueblo.

Capillas de soberbia arquitectura que guardan los restos de familia de prosapia añeja; marcado contraste con las tumbas de los campesinos, de los obreros , de los burócratas que son distintas a las tumbas de los enriquecidos con el sudor de ellos.

Perturbaron mis reflexiones los gritos de:¡ Asunto terminado…! ¡Vaaamonos…!

La noche había caído sobre el silencio helado de las tumbas y un ojo de la luna pálida y calenturienta se empezaba a asomar detrás de las colinas. Ya sin nada que hacer desandé el camino saltando cruces hasta llegar al lugar del sepelio donde encontré a un hombre sonriente en cuyas manos sostenía un botecito de pintura negra y un delgado pincel.

Al verme me dijo señalando con los ojos y con un movimiento de cabeza.

--¡Mira, nomás me falta el de Lencho…!

Me mostró una tabla bien cepillada que había puesto sobre el sepulcro recién ocupado que decía:

“Aquí descansa Pomposo,
este pillo sin rivales,
a quien por sus grandes males,
metieron vivo a este pozo”.

Cuando terminé de leer aquellos epitafios creados por el ingenio de aquel hombrecillo sin zapatos, con playera sucia y pantalones raídos, volteé la espalda para iniciar el viaje de regreso al pueblo y luego dirigirme a casa para seguir gozando de la paz de mi montaña.

viernes, 16 de marzo de 2007

Sobre una calaverita al Zanca.

En las paginas del foro Libroadictos, se encuentran varias calaveritas hechas por algunos participantes, como una forma de expresión de la tradición mexicana. Entre ellas aparece una para el Zanca. Aquí la rememoro y reproduzco con mi especial agradecimiento para su autora Andrómeda.

LIBROADICTOS


Homenaje a Zanca:

Mientras Zanca demostraba,
lo bonito que pintaba,
llegó la parca serena,
a mostrarle una condena:

te llevaré en estas naves,
a pintar en el infierno,
que me manda el mismo Hades,
y trasladarte ante él pretendo.

No me lleves obstinada,
que te dibujaré hermosa,
vistiéndote muy morada,
con pestañas prodigiosas.

Además te escribiré,
unos hermosos poemas,
donde yo te alabaré,
para que odiada no seas.

En breve Zanca pintó,
una preciosa viñeta,
y luego se la enseñó,
allanando bien su treta.

Aunque no soy vanidosa,
dime en cuánto me la vendes,
que si así soy yo de hermosa,
quizá la vida no pierdes.

Se la doy a doña Parca,
pa tenerla entretenida,
que muchos retratos faltan,
de hacer en esta mi vida.

Al despedirse la Muerte,
sintiendo la inspiración,
describió Zanca su suerte,
en una linda canción:

De está sí que me salvé,
por mi gran saber e ingenio,
mi aventura contaré,
en el próximo sexenio.

Como ven soy muy famoso,
por mi muy grande talento,
con Calderón, sin reposo,
les mostraré lo que intento.

Bravo, Zanca Andrómeda.

martes, 13 de marzo de 2007

TE DIGO ADIOS

Te digo adios...
Me voy con mi tristeza,
con un dardo clavado
dentro del corazón.

Llevo el alma en pedazos,
inmersa en la amargura
del mar de mi dolor.

Te digo adios...
Ya nada me interesa
después de que has matado
mi más bella ilusión.
Me alejo de tus brazos
sin rumbo en la negrura
de angustia y desamor.

Te digo adios...
Pero quizás un día
la barca del olvido
llegue a un puerto mejor,
donde el recuerdo muerto
de aquello que me hería
impulse mis sentidos
a buscar otro amor.